Pretende esta entrada ser el comienzo de un callejero literario de la ciudad, vamos a desarrollarlo aquí, en el blog, y si el trabajo resulta interesante, veremos la posibilidad de adaptarlo en forma de libro.
Hemos pensado, que ya que nos dedicamos a los libros, había que empezar por el principio, por la calle de la Imprenta, pequeña, estrecha y escalonada, sin nombre en los mapas, que nos desemboca en la Ribera. Este era su nombre primitivo, pues el actual es Ricardo Molina en homenaje al poeta y fundador del grupo Cántico.
Homenaje a Ricardo Molina, que ciertamente no gustó mucho a otro componente de Cántico, Julio Aumente, como evidencia en el poema De injusta nominatione, en el que después de enumerar los grandes homenajes que están recibiendo otros miembros del grupo…
A ti, caro Ricardo (seguro que esto es cierto),
concienciados ya plenos de que estás yerto y muerto,
con pasadizo inmundo esta ciudad te premia
--donde al borracho uréico su vomitar le apremia,
donde la prostituta –o el prostituto—orina,
do el cliente del travestí en su elegir no atina…--
Obligados por famas presionantes de fuera,
rótulo te otorgaron --¡honor sobremanera!--.
… Y yo que tú, Ricardo, desde el fúnebre zulo,
les diría: “Esta calleja, metérosla en el culo”.
Claro queda que a Julio Aumente no le gusta la calle, pero bueno, es lo que hay, esta es la calle que tiene el nombre del poeta, nacido en 1917 en Puente Genil y fallecido en Córdoba en 1968.
Fundador en 1947 junto a Juan Bernier, Pablo García Baena y Mario López, de la revista Cántico. Entre sus obras: El río de los ángeles (1945), Elegías de Sandua (1948), Corimbo (1949), Elegía de Medina Azahara (1957), Misterios del arte flamenco (1967) y Mundo y formas del cante flamenco, obra esta última en colaboración con Antonio Mairena.
Y para terminar dos poemas de Ricardo Molina, que teniendo en cuenta donde desemboca la calle…
Amor a orilla del río
Qué buscas por el río entre los blancos álamos,
oh, amor, oh, amor de manos de jacinto?
¿Qué buscas esta tarde de setiembre?
¿Qué agradable misterio halaga tus sentidos inefables?
En los cañaverales juega el viento
desnudo como un niño en la orilla del río.
Las espinosas zarzas
forman sombrías grutas goteantes de rocío.
Yo persigo tu sombra invisible;
vivo preso en tu aire; consumido
en los salvajes arenales que el sol quema implacable.
Di, ¿qué buscas en las grutas espinosas
a la orilla de los ríos?
Mientras sigo tus pasos,
la tierra es para mí como un vapor de plata;
los guijarros del cauce del arroyo
me abrasan sin piedad los pies desnudos.
¿Cómo pasaste por aquí, cómo pasaste
sin lastimar tus pies, oh, amor desnudo?
Qué buscas por el río entre los blancos álamos,
oh, amor, oh, amor de manos de jacinto?
¿Qué buscas esta tarde de setiembre?
¿Qué agradable misterio halaga tus sentidos inefables?
En los cañaverales juega el viento
desnudo como un niño en la orilla del río.
Las espinosas zarzas
forman sombrías grutas goteantes de rocío.
Yo persigo tu sombra invisible;
vivo preso en tu aire; consumido
en los salvajes arenales que el sol quema implacable.
Di, ¿qué buscas en las grutas espinosas
a la orilla de los ríos?
Mientras sigo tus pasos,
la tierra es para mí como un vapor de plata;
los guijarros del cauce del arroyo
me abrasan sin piedad los pies desnudos.
¿Cómo pasaste por aquí, cómo pasaste
sin lastimar tus pies, oh, amor desnudo?
Cántico del río
Oh qué dulzura.
qué extraña y admirable dulzura,
descender abrazados, desnudos, al fondo oscuro del río,
desnudos y abrazados para siempre,
y así, gozosos, líquidos, disolvernos en ondas,
en claras ondas plateadas, verdes...
Oh reflejar los almezos, los álamos,
copiar la desierta belleza de los molinos en ruinas,
sentir temblar sobre nuestras miradas transparentes
cuanto se desmaya en el aire;
la mañana, la luna, los pájaros, las nubes,
las barcas silenciosas, las torres amarillas...
Oh qué dulzura,
qué extraña y admirable dulzura,
sentirse acariciado largamente
por las inquietas imágenes temblorosas
de los seres que viven en la orilla del río...
Oh qué dulzura.
qué extraña y admirable dulzura,
descender abrazados, desnudos, al fondo oscuro del río,
desnudos y abrazados para siempre,
y así, gozosos, líquidos, disolvernos en ondas,
en claras ondas plateadas, verdes...
Oh reflejar los almezos, los álamos,
copiar la desierta belleza de los molinos en ruinas,
sentir temblar sobre nuestras miradas transparentes
cuanto se desmaya en el aire;
la mañana, la luna, los pájaros, las nubes,
las barcas silenciosas, las torres amarillas...
Oh qué dulzura,
qué extraña y admirable dulzura,
sentirse acariciado largamente
por las inquietas imágenes temblorosas
de los seres que viven en la orilla del río...
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