-->Miguel Cabello
Encuadernador, maestro de encuadernación.
Lo mío no son las fechas, pero sería en torno al año 1983 ó 1984 cuando entré por primera vez en el taller de encuadernación de la Escuela de Artes y Oficios, Mateo Inurria, de Córdoba. Estaba el armario de las herramientas abierto, colgaban de sus puertas serruchos, mazos de madera, martillos de zapatero, cuchillas, grandes reglas metálicas. Creí que me había equivocado de taller, pero no, allí en la puerta de la clase lo ponía bien clarito: ENCUADERNACIÓN.
Y allí estaba el maestro, Don Miguel, el encargado de enseñarme que los libros, además de leerse y venderse (mi relación con ellos hasta ese momento), se podían transformar en objetos bellos.
Con su sabiduría, maestría y una paciencia proverbial, hizo posible que aprendiera a coser, encartonar, chiflar, dorar y todas las materias necesarias para la encuadernación de un libro.
Cuando a final de cada curso, las alumnas y los alumnos del taller apilábamos nuestros trabajos sobre las mesas del taller, para su evaluación, el número de mis trabajos siempre era de los más pequeños, tengo una justificación. Don Miguel, acostumbraba a decirnos, mientras resolvía algún problema técnico o arreglaba algún estropicio de sus aprendices, “haced lo que os digo, no lo que hago”. Y es verdad que en su explicación estaba la explicación académica, ortodoxa, pero en sus manos estaba la sabiduría que da la experiencia, el saber de muchos años de oficio. Y yo, desobedeciéndole, me pasaba muchas horas de clase siguiéndolo, silenciosamente, de mesa en mesa, sólo observándolo. Con la perspectiva del tiempo, creo que no me equivoqué, aprendí mucho más de su honesta maestría artesanal que de la ortodoxia académica en torno a la encuadernación.
La labor de Miguel tenía continuidad en su taller de encuadernación de la calle Munda, donde realizaba encargos para clientes que disfrutaban con sus bellos trabajos. Hoy, ya jubilado, son sus hijos Rafa y José, los que continúan con el hermoso trabajo de convertir un objeto maravilloso, como es un libro, en algo aún más bello, tras pasar por las manos de un buen artesano encuadernador.
En depapel, a día de hoy, y, aunque decoramos nuestros libros de forma distinta e incluso buscamos nuevas formas de presentación de los textos, seguimos usando las técnicas de encuadernación, aprendidas ya ha tanto tiempo en aquella clase de encuadernación. Gracias MIGUEL.
Lo mío no son las fechas, pero sería en torno al año 1983 ó 1984 cuando entré por primera vez en el taller de encuadernación de la Escuela de Artes y Oficios, Mateo Inurria, de Córdoba. Estaba el armario de las herramientas abierto, colgaban de sus puertas serruchos, mazos de madera, martillos de zapatero, cuchillas, grandes reglas metálicas. Creí que me había equivocado de taller, pero no, allí en la puerta de la clase lo ponía bien clarito: ENCUADERNACIÓN.
Y allí estaba el maestro, Don Miguel, el encargado de enseñarme que los libros, además de leerse y venderse (mi relación con ellos hasta ese momento), se podían transformar en objetos bellos.
Con su sabiduría, maestría y una paciencia proverbial, hizo posible que aprendiera a coser, encartonar, chiflar, dorar y todas las materias necesarias para la encuadernación de un libro.
Cuando a final de cada curso, las alumnas y los alumnos del taller apilábamos nuestros trabajos sobre las mesas del taller, para su evaluación, el número de mis trabajos siempre era de los más pequeños, tengo una justificación. Don Miguel, acostumbraba a decirnos, mientras resolvía algún problema técnico o arreglaba algún estropicio de sus aprendices, “haced lo que os digo, no lo que hago”. Y es verdad que en su explicación estaba la explicación académica, ortodoxa, pero en sus manos estaba la sabiduría que da la experiencia, el saber de muchos años de oficio. Y yo, desobedeciéndole, me pasaba muchas horas de clase siguiéndolo, silenciosamente, de mesa en mesa, sólo observándolo. Con la perspectiva del tiempo, creo que no me equivoqué, aprendí mucho más de su honesta maestría artesanal que de la ortodoxia académica en torno a la encuadernación.
La labor de Miguel tenía continuidad en su taller de encuadernación de la calle Munda, donde realizaba encargos para clientes que disfrutaban con sus bellos trabajos. Hoy, ya jubilado, son sus hijos Rafa y José, los que continúan con el hermoso trabajo de convertir un objeto maravilloso, como es un libro, en algo aún más bello, tras pasar por las manos de un buen artesano encuadernador.
En depapel, a día de hoy, y, aunque decoramos nuestros libros de forma distinta e incluso buscamos nuevas formas de presentación de los textos, seguimos usando las técnicas de encuadernación, aprendidas ya ha tanto tiempo en aquella clase de encuadernación. Gracias MIGUEL.
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